Hay museos abiertos, museos enclaustrados, museos dinámicos museos que son un símbolo, museos que viven apolillados, museos ignorados, museos tan modernos que se quedan vacíos, museos que no lo son pero lo parecen, museos que iban a ser y no fueron, ministerios que por dentro parecen museos, mansiones que deberían ser museos, museos que no han descubierto el siglo XXI y todavía se sorprenden con el siglo XX, museos tan grandes que es imposible visitarlos por el agobio psicológico, y museos que son un gigantesco magneto a todas las esferas vivas del conocimiento. El Guggenheim de Bilbao es uno de estos últimos, un ser metálico y contraproducente para la arquitectura burguesa-proletaria de tiempos pasados en un Bilbao que siempre vibró con los pasos de las botas de los trabajadores. Es el gran magneto, el imán, un vórtice que lo devora todo y que genera luego mucho más de lo que consume. Es un icono cultural, una excusa para que otros creen alrededor suyo, para que toda la vieja ciudad proletaria, gris, aburrida, problemática y politizada, sea ahora una sonrisa larga alrededor de una ría. Ya está inaugurada la exposición que nos gustaría ver y disfrutar: el summum de la pintura holandesa y flamenca. Merece la pena imitar al geógrafo de Jan Vermeer que aparece en este post, mirar por la ventana y perderse con la maravilla que haya al otro lado. Hasta el 23 de enero de un todavía lejano 2011.
jueves, 14 de octubre de 2010
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