sábado, 13 de marzo de 2010
Simplemente Vargas
“¡Se ha muerto Delibes!”, dijo alguien al principio del concierto de la Vargas Blues Band en Salamanca, en una sala con nombre de acorazado revolucionario ruso, Potemkin, y que resumió en varios riffs lo que es: un guitarrista de post meridiam, pero en versión castiza. Es decir, PM; los años no quitan talento, lo pulen, y dio mucho de sí, con blues y rock amontonado en sus dedos, en las muecas y guiños al público que ya, más que pintar cana, pintaba la jubilación en ciernes. Y lo hizo con dos guitarras, la segunda la que veis en la fotografía, a la que le sacó el mejor partido. Clave: junto a un hombre ya mayor, disfrazado de motero burgués con Harley en el garaje, había un estudiante melenas que se movía como él. Es la música, simple y llanamente, el pegamento que hace que dos mundos diferentes se junten en la pinta de blanco obrero de Javier Vargas, como si acabara de salir del enésimo tugurio de carretera entre Saint-Louis y New Orleans. La música americana es un imán, un megamagneto capaz de ensamblar a la gente alrededor de las cuerdas, pastillas y un amplificador de todo concierto, buenos baterías, un buen bajista que tocó al final un solo tan grave que hizo temblar la caja torácica de las primeras filas. Sólo una pena: no se llenó el Potemkin, apenas la mitad y algo más en el momento álgido. No está el horno para extravagancias pasteleras, pero por diez euros se podía haber acurrucado un poco mejor. Nos quedamos, según contó el energúmeno del becario adicto a los botellines de Carlsberg, con los dos aprendices de bajista y guitarrista que, mandíbula caída al unísono, apenas movieron el cuerpo salvo para ver fijamente, como un mantra, cómo tocaba Vargas la guitarra. Casi se diría que no había música, sólo sus dedos.
PD: Y sí, se ha muerto Delibes. Ya hicimos nuestro particular RIP hace apenas un par de días, pero no dejaremos pasar la oportunidad, más adelante, de retomar la senda del escritor sin generación que marcó, ironías de la vida, a varias de ellas.
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