No hay nada malo en ser la oveja negra: es saludable. No se trata de ser Pepito Grillo, porque el insecto en cuestión era un moralista insufrible que se pensaba que todos los demás somos idiotas. Básicamente el Pepito Grillo piensa que sus consejos son incuestionables y que cuando dice o hace algo carga con la cruz del mundo a cuestas. Cuánta egolatría moral. La oveja negra es desconfiada, irreverente, no se fía ni de su sombra, siempre mira con las cejas en V porque para ella siempre huele a podrido en el Estado de Dinamarca (¡qué frase, qué frase!). A la oveja negra siempre le sacuden pero se aguanta. Siempre le bailan el agua, pero se aguanta. Siempre la señalan con el dedo índice de la credulidad bovina ajena, pero siempre espera ver a los demás estrellarse para acercarse luego al borde y decir eso de "te lo dije". O no, quizás simplemente pone en solfa todo lo que le dicen.
Bien mirado, la oveja negra es cartesiana, que es lo que se debe ser en un mundo donde todo se da por sentado y lo cuestionable se disfraza de sagrado. Y la culpa la tienen los medios, que uniforman a la sociedad con una efectividad que ni siquiera consiguieron la religión, la ideología y el Estado. Manda narices el método: son tan buenos que incluso abren vías de escape preparadas para los que no se quieren unir a la masa dominante, crean minorías controladas en función de los gustos estéticos (tribus urbanas) y al marginarlas le dan carta de rebeldía. Todo está pensado, salvo para la oveja negra, que en su paranoia completa y absoluta desconfía incluso de sí misma cuando se ve en el espejo. Entonces pregunta eso de "¿quién será esa vestida de negro que me mira raro?".
1 comentario:
De esta forma si que da gusto ser cierta obeja negra, aunque solo pueda se ser a ratos ;)
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