Un discípulo blando de mollera fue a buscar al viejo maestro Wu-Tang, que nada más verlo venir resopló de hastío. "Maestro, maestro, una gran pena aflige mi corazón". "Qué raro..." pensó el viejo sabio. El pobre discípulo movía los brazos como si fuera un molinete. "Maestro, me duele porque un amigo, un camarada, un hermano, me ha enumerado mis errores en la vida y no ha parado hasta que he perdido el equilibrio y la serenidad. La ira me ha invadido y he sentido el mal en mi cabeza y mi pecho". Wu-Tang suspiró, miró al cielo como siempre hacía antes de hablar. "Si es tu amigo y ha hecho eso es porque te aprecia y entonces ha preferido ser él quien te señale tus fallos". El discípulo no se quedó tranquilo y volvió a preguntar: "Maestro, maestro, pero es que quizás tenía razón... Me dijo que mi pecho no albergaba un dragón sino una tortuga, que no me arriesgaba, que no luchaba...". Wu-Tang miró al suelo y vio una hormiga que, afanosa, cargaba con una hoja siete veces más grande que ella. "Fíjate, discípulo, en esa hormiga. Trabaja y trabaja sin descanso para el grupo, sacrifica su egoísmo individual por el bien común y en su esfuerzo encuentra la recompensa de ser parte del gran engranaje universal...".
El viejo maestro comprobó, con pesar, que aquella enseñanza no le había hecho mella en el corazón. Entonces recurrió de nuevo al comodín de siempre. "Escucha, todo lo que es tiene su función, su momento y su papel; cuando llegue el momento serás lo que debes ser, y no antes, ni después. La materia vibra a su ritmo y tono, no a otro. Nunca discutas, porque perderás tiempo y energías que deberías usar en concentrarte y saber que eres como un canto rodado, como una gran roca de río: el agua te pule, pero no te traspasa. Si caes en la ira y el deseo de poder habrás perdido. Que cada enojo, cada impulso negativo no sean más que esquirlas de un golpe de agua que te ha pulido un poco más". Entonces, por fin, el alumno suspiró aliviado. Dio las gracias con repetidas reverencias y se fue con el paso lento y sereno a hacer algo de meditación.
Wu-Tang esperó paciente a verlo desaparecer y rechinó los dientes. Mira que son ganas de tocar las narices. Hizo llamar al guardia del emperador. "Búscame al colega de este tarugo y dile que como vuelva a hacer de consejero sin pedírselo nadie usaremos sus dientes para hacerle un collar a mi perro, ¿está claro?". El guardia asintió y raudo y veloz fue a cumplir el mandato.
Porque si es cierto que el arrojo y el valor en la vida son grandes virtudes, también es cierto que sólo los necios y opulentos pueden saltar al vacío sin pensarlo. ¿Qué es mejor, el impulsivo o el paciente, el león o la hormiga? Siempre la moderación, el término medio, porque Wu-Tang sabe que vivir es cazar, y todo cazador sabe que debe esperar y calcular el momento adecuado, que debe saber ser león o ser hormiga cuando las circunstancias así lo indiquen. De lo contrario, sólo queda el resquemor con uno mismo, el vacío del salto mal dado y la insondable tristeza del que no supo saltar a tiempo. Además, si fuéramos chinos tendríamos los ojos rasgados y no es el caso. Somos occidentales maquiavélicos y calculadores. Lo que sea, será. O no..., ¿realmente importa?
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