Paco Roca, dibujante, guionista, autor de cómics. Mientras el resto de España sigue debatiéndose en duelo por si le gusta más el blanco que las barradas de colores imposibles (¿a quién se le ocurrió mezclar granate y azul oscuro, a un daltónico?), el arte y la industria se dan la mano a través de esa cosa rara llamada cómic social. Es, por decirlo así, una derivación natural dentro de un arte, el noveno, dicen, enclaustrado y condenado a galeras durante mucho tiempo. Un arte con aproximadamente unos 140 años de edad, pero que en realidad fue el primero cuando los cavernícolas pintaron los primeros bisontes y los primeros humanos (que se parecían a Cuttlas, por cierto) en las paredes de roca. Despierta el cómic, y lo hace con un poder doble: el de sugerir y referenciar tanto o más que le arte contemporáneo, y al mismo tiempo, desde el éxito económico. Al cómic también lo piratean, pero, ay amigo, resulta que la gente sigue prefiriendo comprar el librito porque es una posesión más, como las ediciones de tapa dura y papel de alta calidad de las grandes novelas.
Dinero y respeto, dos pilares fundamentales para que la cultura tenga el respaldo necesario y se convierta en esa guinda del pastel de la vida interior de un ser humano que todos deberían tener. No todo es trabajar, salir e intentar encontrar pareja estable, también es alimentar un alma que hoy en día malvive bajo la tiranía de la anemia intelectual.
Una recomendación viva, dos, mejor dicho. Primero 'Arrugas' y luego 'El invierno del dibujante', dos ejemplos maestros de que el cómic adopta tantas formas como la propia sociedad en al que nace y se desarrolla. El cómic español necesitaba a un Paco Roca, a alguien que sacara al cómic del submundo de la imaginación, eso sí, sin dejar jamás de lado esa matriz en la que ha sido acunado durante más de un siglo. El cómic nació para ser imaginación y nuevos mundos visuales y narrativos, pero también para ser espejo de la sociedad.
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