El este de Londres durante el siglo XIX fue al crimen lo que la Atenas del siglo V a. C. fue al conocimiento: la fuente, el modelo de crecimiento de esa larva social generadora de tanto morbo como miedo. Dice la autora de ‘The invention of murder’, Judith Flanders, que aquella ciudad victoriana era el crisol del crimen porque en ningún otro lugar había tal hacinamiento de capas obreras y desfavorecidas. Londres era la cabeza de un imperio mundial, la urbe más rica, más pobre, con más poder del planeta, y por lo tanto, pionera en el nuevo modelo de sociedad industrial. Y eso incluye el crimen como tendencia y no como occasional brote de violencia según el modelo de sociedad antigua. En total 556 páginas editadas por Harper Collins con una gran difusión en los medios y que asoma el hocico en España con ‘El Mundo’ y el señor Alemany, siempre tan atento a ciertos detalles. Recogemos uno de sus párrafos: “Decapitaciones, estacazos, periódicos sensacionalistas, redes de prostitución, turbas de desharrapados, cuchillazos, estructuras de crimen organizado, policías corruptos, calles mugrientas, ejecuciones en la horca, un destripador... Son el 'reparto' del ensayo de Flanders, y el listado de ingredientes que, desde entonces, han nutrido la tradición literaria negro-criminal”.
Todo un manual del Mal con mayúscula, de esa mezcla de hormiguero humano, pasiones desatadas, caída en picado de la moral tradicional, juegos de poder y dinero, represión sexual… y del surgimiento de ese monstruo llamado prensa diaria y sensacionalista, que tuvo un papel fundamental a la hora de inmortalizar a Jack el Destripador, meta final del ensayo. Ya están tardando en traducirlo.
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