Nunca hemos pensado que la religión sea ya una forma de conocimiento: no sirve para explicar el mundo, ni el devenir de todo lo que nos rodea. Es, simplemente, un antidepresivo con efectos colaterales perversos (¿alguno no lo es?) que ya no hace apenas efecto. Pero siempre está ahí, como el resto de drogas, que no siempre se reducen a polvillos blancos, líquidos, jeringuillas y cápsulas. Pero Raimon Panikkar era diferente, no sólo por su origen hindú y el sincretismo consecuente en su fe religiosa, sino también como miembro primigenio del Opus Dei. De cómo un lugarteniente del largo brazo del Mefistófeles sin rostro terminó convertido en el último gurú occidental del panteísmo y el diáologo intercultural podríamos hablar mucho, muchísimo, pero no deja de ser cierto que por cada ideología universalista que no deja espacio a nada más que sus dogmas aparece un pionero disidente que revolotea en la periferia para señalar con el dedo. Una pena, sin duda, que a los 91 años, perdamos a este hombre, una de esas voces sin precio que se empeñaban en unificar lo imposible y servir de puentes entre civilizaciones que se miran por encima del hombro. Y que ya sólo piensan en el dinero y en la estrategia planetaria. Una pena, desde luego.
viernes, 27 de agosto de 2010
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