El tema de la gestión económica del patrimonio siempre ha sido un problema. Porque el patrimonio está en un lugar concreto, bajo control de una autoridad específica, pero los beneficios al final se los lleva uno y el otro paga los desperfectos. Es como una fiesta: si te invitan, perfecto, pero si tienes que recoger luego, malo, muy malo. Algo parecido ocurre con el ‘David’ de Miguel Ángel en Florencia y el Coliseo de Roma. Berlusconi le cortó el grifo a la cultura y el patrimonio para ahorrar dinero y de paso abofetear a los intelectuales italianos que tiene en contra: ahogó la Scala de Milán, aplastó Bolonia y ha dejado en cueros todos los programas culturales, que tienen que vivir de las limosnas de un país que inventó el mecenazgo pero que no lo ejerce. La cultura privada es viable, pero sólo si hay una buena base legal y fiscal como en Estados Unidos o Gran Bretaña, no como en Europa, demasiado habituada a vivir de la sopa boba. Pero el pulso entre los ayuntamientos de Florencia y Roma con el Estado Italiano tiene mucho de efecto perverso: ¿me quitas el dinero, pago yo la fiesta y tú te lo llevas crudo con la estatua y el Coliseo? Pues me lo quedo todo. El ‘David’ genera 9 millones de euros en taquilla, y ni se sabe en derechos de imagen; y el Coliseo romano, cerca de 30 millones. Suficiente para municipios endeudados hartos de tener que ver desfilar los billetes producidos por su patrimonio y que Roma se lleva.
El consistorio romano pide el 30% de los beneficios, porque ellos pagan los arreglos y mantenimiento. El Coliseo romano es patrimonio nacional, así que el Estado se queda con la recaudación de las entradas, mientras que al Ayuntamiento le toca el trabajo sucio: limpiar y restaurar (en parte, no por completo), algo que ya no aceptan los administradores locales. Las dos batallas de Florencia y Roma podrían transformarse en una guerra civil sobre la gestión de los monumentos y museos autóctonos: Italia es el país del mundo más rico en obras de arte. Cada pueblo tiene las suyas. En una época de vacas flacas como la actual, no es moco de pavo. Así que al final todo se reduce en un tema espinoso: quien paga la factura tiene derecho a sacar beneficio y no ser simplemente el que recoge la basura después de la fiesta. A cada uno lo suyo, y a Berlusconi nada por cortar el grifo y empujar a las administraciones a buscarse la vida.
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