miércoles, 8 de febrero de 2012

Francia y sus complejos


Vaya por delante que siempre hemos tenido mucho respeto por la cultura francesa, que, a fin de cuentas, está bastante más evolucionada que otras. Es uno de los países fundacionales de Europa y de lo que sea esa cosa amorfa para unos y concreta para otros llamado "civilización europea". Y sin embargo, hay que decir: Francia y sus complejos. Francia contra el mundo, emulando a un Astérix atolondrado que lucha por conservar una cultura que en muchos casos sigue viviendo de los bohemios decimonónicos. Y sus efectos colaterales. Lo último grande de verdad que tuvieron fueron Camus y la nouvelle vague. Y ya. El verdadero problema es uno, y muy grande: la lengua francesa se muere porque sus hablantes no cuentan para el mundo, porque el oeste africano no cuenta para nadie. Es un idioma en retroceso profundo. Y no se puede vivir de 60 millones de franceses, unos 5 millones de quebecois y un puñado de belgas y suizos.


Más que acomplejado, Francia es un país que vive cerrado al mundo, subidos a una columna de eremita para gritar desde lo alto su excepción, sin darse cuenta de que lo que mueve el mundo está abajo. Y lo que mueve el mundo es el idioma, y más concretamente el inglés, el español, el árabe, el chino y quizás un par más de lenguas. El poder y la palabra, la diosa preferida de Francia, que le ha dado la espalda.

Desde fuera, con la distancia, no deja de ser curiosa la suave decadencia de la cultura gala. El mundo celebra los 200 años de Dickens como si fuera uno de los grandes padres de la literatura (mentira), y citar al bardo de Stratford-upon-Avon es poco menos que una marca registrada. El mundo anglosajón domina por completo a Occidente, y sólo tímidamente asoman de vez en cuando el resto, sobre todo los alemanes, que después de masacrar en los 30 y 40 a sus élites intelectuales parece que ven algo de luz. Pero una vez aplastados los judíos alemanes, el país es tan mundano como lo pueda ser Eslovaquia. Funciona mejor, claro, pero son igual de comunes.

Francia tiene un grave complejo identitario: no se sabe bien si es de inferioridad respecto a los demás, si es pura envidia o si es simplemente la nostalgia de tiempos mejores. Tanto la literatura como la música francesa han sido siempre de las más vanguardistas y abiertas del continente, pero su aislamiento empieza a ser terrible para ellos. Francia, culturalmente, parece haberle dado la espalda al mundo, o mejor dicho, un mundo en clave anglosajona que es rechazado por sistema por un país que obliga incluso a subtitular la publicidad para luchar contra el invasor angloamericano. Francia está, por decirlo así, presente en el circuito cultural mundial, por supuesto, pero está en una esquina, como el chico malo de la clase. Sus formas se repiten continuamente (igual que España con tantas otras cosas), y aunque la música ha abrazado el legado de sus inmigrantes sin problemas, parece que el resto no. El pueblo francés es culto, pero no les sirve para nada. Aparentemente no lo aprovechan para crear una imagen de marca más elaborada que un capullo arrogante bebiendo vino con gorra a la sombra de la torre Eiffel. Y no es un tópico, es el resultado de un mal desarrollo cultural. ¿De qué sirve ser tener más conocimiento si no es usado para mejorar tu mundo?

A todo esto surge una pregunta: ¿recuerda alguien alguna gran luminaria de los últimos 20 años, Le Clezio aparte (premio Nobel mediante, que antes no lo conocía nadie...), surgida de Francia que haya tenido algún tipo de efecto cultural concreto en el resto del mundo? Habrá muchos nombres, pero la sensación de que no sale nada nuevo de Francia queda siempre en el poso de la taza del café.



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