jueves, 16 de febrero de 2012

Del Times al periodismo prostituido


Leer a John Carlin siempre es bueno. Leer cómo funcionan los despachos de una vaca sagrada como 'The New York Times' también es positivo. Eso a pesar de que De la Rochelle ya dijera una vez que era mejor escribir para los conservadores que para los progresistas porque "ellos se toman muy en serio lo que hacen, por ridículo y erróneo que sea". La experiencia de cómo funciona un periódico de verdad es muy interesante, porque ayuda a ver los terribles errores que se cometen en el periodismo en España. Pequeños y grandes.

Un oficio que prefiere sacarse los ojos unos a otros por saber quién es más periodista que el otro, un gremio donde sus miembros prefieren discutir si alguien con título universitario es más y mejor que otro que no lo tenga, que prefieren ser cainitas en lugar de cortar de raíz el intrusismo y crear un sindicato de verdad y no las reuniones pachangueras de amiguetes que no van a ningún lado... así está el patio. Eso cabe para todo. Especialmente cuando se juntan churras con merinas y los medios son usados para ajustes de cuentas entre unos y otros. El periodismo, esa forma de sofisticada prostitución en la que las neuronas son como las piernas que se abren ante el característico flap-flap de los billetes...

Se nos viene a la memoria cierta historia algo ridícula de un periódico de provincias y la cultura que demuestra cómo una simple tontería, por opacidad de las instituciones públicas, puede llegar a ser una pifia. Albert Pla, uno de los cantautores más irreverentes posibles, intentó tocar en Salamanca, y como casi todos los que venían a la ciudad querían hacerlo bajo el paraguas del dinero público. Porque entonces (era antes de la crisis, o al borde de su aparición) había todavía dinero, porque muchas veces los técnicos de la institución cultural municipal firmaban lo que les daba la gana... El que entonces era el representante de Pla intentó pillar cacho pero la institución no picó. Habría que saber si con acierto o no. Eso ya es otra cosa.

Lo curioso vino después: el representante se tiró el farol ante los medios y uno de los medios locales picó y lo publicó sin que estuviera cerrado de verdad el concierto. Cuando se deslizó en la prensa los técnicos dijeron eso de "donde dije digo digo que te den". El representante enredó a otro periodista buitre que llamó a la institución que iba a pagar el concierto y le dijeron que "estamos muy liados" y punto en boca. Casi se publica si no llega a ser por un temeroso jefe/a que definió todo el asunto como "una no-noticia". Tenía bastante razón, mirándolo en perspectiva.

Pero la cuestión es que la institución censuró con todas las de la ley a un músico. Tal cual. Aunque no se sabe si por los manejos de uno o porque cierta persona se vio retratada en sus prejuicios por lo que decía la gente de Albert Pla y se encabronó. La censura llegó después. Pero como la política hacia el público y los medios de esa institución era de opacidad total, una simple tontería como aquella estuvo a punto de ser una gran pifia. Entre otras cosas porque el periódico que publicó aquel concierto ya no reculó y toda la historia parecía una ocultación de la verdad más de tantas que suelen hacer las instituciones públicas.

Este tipo de historias no suceden en otros lugares donde las maniobras orquestales en la oscuridad son siempre denunciadas o directamente ignoradas. Porque lo de Pla es una tontería al lado de otras historias que han sido silenciadas con una llamada de teléfono por el político de turno. Eso de "si no lo sacas mañana yo pensaré en ti para otras cosas". Cosas que luego no pasaron o fueron convenientemente olvidadas, especialmente con una institución provincial que huele a muerto que tira de espaldas...


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