lunes, 7 de diciembre de 2009

Art Salamanca (1)

Hemos dejado pasar los días, concretamente tres, para poder comprobar si una vieja teoría de Buenamadre tenía base o no. Éste solía decir que la sociedad no suele digerir bien las verdades que golpean a los mitos bienpensantes establecidos. Por ejemplo, que todos somos iguales. Ante la ley sí, fuera de ella no somos más que producto de múltiples herencias que pueden desarrollarse con la educación correcta, con la vida bien encaminada o con el talento adecuado. Art Salamanca ha terminado por quinto año consecutivo y en dos post consecutivos vamos a explicar un par de esas verdades concretas que tanto daño hacen. La primera es que no todo el mundo puede apreciar el arte. Así de sencillo: igual que no todos podemos entender la Teoría de la Relatividad, no todos están en disposición de entender por qué dos piezas de Roberto González (‘Babel cruising second life’) sí merecen la pena, por qué una instalación de escultura y fotografía puede justificar en parte su precio, por qué determinadas obras de arte simplemente nos enganchan al verla sin más motivo aparente que una combinación concreta de elementos.

La filosofía lleva siglos intentando definir y conceptualizar el arte y al final se base en lo de siempre: lo que arranca de nosotros, nada más. Y nada menos. El arte pasó de forma de expresión de lo que somos a herramienta al servicio del poder y luego en estilo de una identidad. Y ahora de nuevo vuelve a ser lo que fue en las cavernas, una expresión, una manifestación de lo que llevamos dentro. Y a veces, el arte consigue engancharnos: el problema es que no todo el mundo está preparado. En las ferias como Art Salamanca lo que importa es vender las piezas, mantener vivo el cauce de monedas y el tintineo que hace que funcione el arte contemporáneo. Todo lo demás, juicios de valor aparte, no importan. ¿Qué importa lo que piense el visitante iletrado o no formado que no entiende lo que tiene delante? Nada. Así de triste, así de sencillo y así de cruel. La gente común se lleva las manos a la cabeza pensando que se invierta dinero público o privado en cosas que no entiende, pero nosotros tampoco entendemos ciertas tradiciones sociales que no aportan nada y se mantienen. Al final, Buenamadre tenía razón: todos somos diferentes y algunos pueden y otros no. A no ser, claro, que la educación ayude a superar esa traba de la naturaleza. Pero eso es otra historia más compleja.


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