sábado, 3 de diciembre de 2011

Entre Delacroix y Canaletto



Casi una semana después (mil perdones) volvemos al blog. Con dos apuntes de arte: el paisajismo y Delacroix. Son dos polos de atracción dentro de lo que ofrece Madrid hasta enero, repartido todo entre la Fundación Cajamadrid (uy, perdón, Bankia...), el Thyssen-Bornemisza y Caixa Forum de Madrid, éste último el recipiente algo estirado para uno de los pintores más conservadores y al mismo tiempo más personales y con un estilo más marcado de los que haya dado Francia. En un mundo donde se aprecia más la vanguardia y lo que hubo después de la explosión del impresionismo, o mucho antes, queda algo desangelada la figura de Delacroix, que combatió el estilo Ingres primero para luego crecer con el suyo propio. Un talento inmenso que conmovió a los amos de Francia primero, y luego al resto de aquella sociedad que crecía como el mayor laboratorio social de Occidente.

Lo cierto es que el siglo XIX fue una trinchera entre los impresionistas y el resto: los primeros ganaron la guerra, pero para la posteridad quedan tres nombres básicos de una primera mitad de siglo que bailó alrededor de David, Ingres y Delacroix. Luego el arte se rompió en trazos rápidos y comenzó una carrera sin hilos de ningún tipo hacia el arte total y personalísimo del creador. Y si no, que se lo pregunten a Van Gogh.

Respecto al otro punto, el paisajismo, queda muy claro que fue un género mercantil como pocos, que los pintores trabajaban para los nobles, los burgueses y los gobiernos municipales para poder vivir bien. El siglo XVII y buena parte del XVIII fueron los del artista mercenario, el siglo de Canaletto y el resto de grandes maestros que plasmaron la arquitectura y la naturaleza como dos actores más de una gran obra. Alejándose lentamente de la dictadura de los temas religiosos, fueron la gran válvula de escape de una sociedad europea que volaba sola y que mandaba a la cuneta (lentamente, eso sí) la tradición religiosa para aupar la tradición civil al rango de vara de medir todo. Fueron la continuación, por otros medios, del humanismo, una mezcla de capitalismo y medida humana que lograron convertir la pintura en un negocio redondo. Eso sí, si no aparecía Venecia, Roma, ruinas o escenas campestres/marítimas, olvídate de todo. Quien se pase por Madrid debería ir a esos tres espacios, si no, pues nada, a hacerle fotos al Oso y el Madroño, que queda muy bonito en los álbumes familiares...

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