

Y sin embargo es eso. Una Catedral que, por cierto, es más hermosa que su hermana menor y más grande. No por más altura un templo medieval es más bello y equilibrado, ni contiene esos capiteles que parecen salir de un libro de Umberto Eco, algunos casi cantando a coro con Overmann en su pequeña pero teatralizada intervención. Nos quedamos con el iniciático y distante Ligeti, capaz de convertir los silencios en una parte más de una partitura, que hace soñar, que amodorra e inspira por igual. Y Varèse, nuestro descubrimiento particular: nunca la percusión a toda costa hizo tanto por la música. Su retrato de América en las dos piezas ‘Ameriques’ y ‘Offrende’ convierten la música en un latigazo largo y repetitivo, que enardece, que puso a la gente al margen mismo de saltar en los bancos de la nave central. Dicho con rima, “Todo es más Fàcyl con música”.
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