Sí, una vez más la Pérfida Albión ataca de nuevo, esta vez en forma de corredor de Fórmula 1, Lewis Hamilton, que llama envidioso al paladín español Fernando Alonso (ha ha ha) y se mete con un doble campeón del mundo. El problema de Inglaterra, como recuerdan una y otra vez los historiadores, siempre ha sido el mismo: su pequeñez espiritual, convertida en victorioso pragmatismo materialista que les llevó a construir un imperio y a consagrar su cultura como la vara de medir universal. Nuestra civilización bebe directamente de las aguas anglosajonas, tanto en su fuente originaria (Reino Unido) como en las ex colonias (EEUU, la maltratada Irlanda, Australia, Canadá, Nueva Zelanda…). La música, el cine y muchas de las corrientes literarias vigentes hoy salen de esa amalgama cultural.

Odiamos y amamos a Inglaterra a partes iguales, porque les admiramos, pero también porque su única obsesión es denigrar a todo aquel que le suponga un escollo o problema, jugar sucio para quitárselo de en medio y luego disfrazarse de juego limpio. Dice el proverbio, “no hay mayor hipócrita que el moralista lleno de virtudes”. La excusa es que varios historiadores han desvelado una duda: quizás la Armada Invencible no fue derrotada, sino que todo formó parte de un bulo enorme de Isabel I para evitar que su país se hundiera en tan delicado momento, que fueron las tormentas y no Drake la clave para el desastre. Sea como fuerte, qué bonita es la Union Jack y qué ganas de pegarle fuego a veces. Hamilton sólo es una muesca más de esa soberbia inglesa, sea blanco, negro o café con leche como él.

Dicen los profetas de las teorías culturales que Occidente vive su Era Anglosajona, que terminará cuando ascienda el español y el portugués en América, el chino en Asia y las lenguas continentales centrales (francés, alemán, polaco, ruso) en Europa. O puede que no. De todas formas, por cada inglés molesto piensen como nosotros, recuerden ese mítico día del 4 de julio de 1776 y cómo un grupo de pordioseros pusieron de rodillas al Imperio Británico. Siempre nos quedarán las Trece Colonias, aquel paraíso liberal antes de convertirse en el Imperio Americano.



Los que atacan porque sirven al amo que les da de comer en The Wall Street Journal, The Times, Daily Telegraph, Financial Times o los suplementos de economía del New Yort Times: su voracidad se traduce en decenas de artículos de opinión (porque manipular las noticias es más duro) contra la solvencia financiera del sistema bancario nacional. Darle al socialista simplemente porque no es de derechas (los mismos que han pergreñado esta crisis con sus desmanes, porque el mercado libre ya es como isla Tortuga en 1660), porque los fondos de inversión anglosajones tienen apuestas a la baja sobre la deuda española y porque en EEUU y Gran Bretaña se ponen cachondos soñando la muerte de la Unión Europea. Y por el dinero se puede conseguir. Ah, el gran amigo inglés (tan admirado, tan despreciado, tan miserablemente hipócrita en cada cosa que hace). 


Hace falta un nuevo Homero, o por lo menos alguien que sea capaz de escarbar en el alma humana y lanzarla a las páginas en blanco. Y cuando más recóndita y gris sea el alma, más juego da. Así que seguimos huérfanos, y encima en medio de una crisis económica que rebaja las posibilidades de encontrar al nuevo homérico que se deje de tópicos, de prejuicios y de editores que sólo piensan qué bazofia soltarle a la mujer asalariada que ha mantenido las ventas de los últimos años. "Es que los hombres leen menos y las mujeres imponen sus gustos", se disculpó hace tiempo uno de los jefes de Anagrama en una entrevista. Los hombres si leen, lo que pasa es que se han pasado al Noveno Arte (cómic). Igual el próximo Homero es una mujer sin prejuicios de género ni ideas preconcebidas, libre para narrar lo que es consustancial al espíritu: escapismo, imaginación, honor y tesón.
Y la gente pica, y mucho. Así que una de dos: o la gente en Salamanca no lee la prensa que avisa de que es una intervención urbana y que no es cierto, que se usa para denunciar irónicamente la especulación urbanística, o son todos eso, pardillos. Hasta 35 comentarios sobre la madre del alcalde y de los constructores, unidos al intento espontáneo de un ecologista de encadenarse a las obras (éste, además de pardillo, idiota de primera, al estilo Mario Cipolla) y a que los teléfonos de la falsa cubierta informativa sobre las obras correspondían a la Diputación de Salamanca, dan como resultado 




