Otro tajo más. Ahora la Mostra de Valencia, cuyo precio (1,7 millones de euros) al lado de lo robado a la cosa pública en Valencia en estos años de dominio político conservador no es ni una pequeña sombra. Y sin embargo, es el signo de los tiempos: se recorta dinero de lo obvio (cultura, asistencia social, quizás educación, quizás sanidad) y no se reestructura el sistema para que todos puedan tener suficiente. El recorte es la vía fácil, y las artes y las ciencias son precisamente la diana perfecta porque no hay un verdadero lobby de la industria cultural que presione en contra, sólo quedan autores y artistas que no son bien recibidos por una sociedad que empieza a dar síntomas de engreimiento de su ignorancia, muy al estilo de EEUU.
Según la alcaldesa Rita Barberá, el dinero se destinará a "otras cosas más necesarias", y como eso no sea tapar agujeros en forma de salarios, impagos de facturas de la ciudad o servicios públicos, pues no tiene ni la más mínima justificación. No es que desaparezca este año, es que ya no volverá, suponemos, hasta que las vacas engorden, vuelen y a ser posible sean de otro partido. Las razones pueden ser muy peregrinas (falta real de dinero, ajuste de cuentas con la intelectualidad valenciana que embistió contra el PP por lo de Camps, quizás la sibilina mano del catalanismo en la cultura de la ciudad...), pero lo hecho, hecho está, y por lo tanto más valdría ir pensando en cómo traer de nuevo la Mostra a Valencia sin dinero público, con empresarios, con productoras, con distribuidoras, con los que se mueven de verdad, y por supuesto poner un montón de gorilas en la puerta para que a la Barberá, el reverso tenebroso del Mistral, ni se le pase por el entrecejo celtíbero poner los pies en los cines.
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