Los pufos de la construcción son muchas veces un mal menor en pos de algo mucho más grande: seguro que Tutmosis IV hizo ingeniería contable para construirse un palacete nuevo en Tebas, o los faraones anteriores para edificar Gizeh, y qué decir de los romanos, que elevaron la corrupción urbanística al grado de arte (su sangre corre por las venas de medio Levante español). Sin embargo, algo nos dice que detrás de una sospecha tan grande hay una intencionalidad mayor: triturar a la izquierda allí donde respire, o mejor dicho, que la izquierda española es profundamente imbécil, se trata de "quitar de en medio cualquier cosa que piense y actúe por sí misma y que no podamos controlar o sojuzgar". En España los partidos gobiernan como si fueran duques medievales; más de 30 años de democracia no han servido para que nadie aprenda la lección de que no se debe machacar la inteligencia y que hay que dejar libre al personal, porque al pensar de forma independiente suelen tener mejores resultados.
En España hubiera sido imposible un Leonardo da Vinci, ni un Bill Gates, y mucho menos un niñato como Zuckerberg, que habría sido pasto de risas y burlas del resto de empresarios. Huele muy mal lo del Niemeyer, huele a pufo político, huele a que quizás el anterior gobierno metió más dinero del que debía y sin justificar, huele al rancio hedor de lo bienpensante que durante tanto tiempo ha castrado culturalmente uno de los países con mayor banco de talento de Europa. Los bárbaros siguen acercándose a los muros. Si en el norte han hecho esto, qué no harán cuando tengan el poder real del centro. O no, vaya usted a saber...
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