miércoles, 7 de septiembre de 2011

Cuando vendes tu alma al dictador


Dice el proverbio persa antiguo que hay dos tipos de hombres, los que "viven para sí mismos y los que viven para la eternidad". Cuando se es músico, cubano y castrista, debe ser difícil distinguir entre ambos objetivos: viven para sí mismos porque su éxito y su mimo público del régimen, a costa de su reputación al apoyar una dictadura, les convierte en élite y por lo tanto en privilegiados económicos. Y deben vivir para la eternidad porque su música ayuda al régimen castrista a sobrevivir culturalmente y tener publicidad. Mientras Pablo Milanés abre puertas al cantar en Miami, para el exilio cubano, y así tender puentes (que es lo que deben hacer los artistas, no volarlos) entre dos caras de la misma nación, el más ortodoxo Silvio Rodríguez sigue sin moverse de su sitio y le critica y arremete con dureza.

El resultado son dos músicos muy diferentes, porque mientras Milanés no para de abrazar a España y América, quizás intentado no ser devorado artísticamente por Cuba, Rodríguez no ha parado de ser el buen funcionario, una especia de Molotov castrista pero sin la bastardía recalcitrante que adornaba al mismo tipo capaz de sellar pactos con Hitler y luego denunciarle. Cuando alguien apoya a una dictadura se pudre su moral, acaba convertido en lo que Séneca llamaba "esclavos del alma", ya que vendes tu libertad y tu independencia en pos de una causa que en realidad no atiende ni entiende de humanismos. Cuando una ideología, la que sea, cree estar por encima de los ciudadanos, se convierte en verdugo y no en liberador. Las ínfulas revolucionarias estuvieron bien en su momento, pero a los cinco minutos, con la pretensión de permanencia en el poder, se convirtieron en un hachazo directo a la nuca. Silvio Rodríguez siempre será, por mucho talento que demuestre, un músico del régimen, una boca agradecida, mientras que Milanés, que también lo es, parece buscar otra mano que lo alimente, aunque sea la suya propia, con su arte.

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