Suele ser poco frecuente darse de bruces con un sonido que puede reflejar a la perfección una parte del espíritu de alguien. Cuando llega ese instante en el que cada canción es casi perfecta para unos oídos y para otros sólo es un ruido bien acompasado. Acostumbrados como estamos por aquí a ser minoría, y a que lo que nos hace gracia es poco menos que de fuera, del otro lado, o algo sólo para nosotros, redescubrimos la capacidad para enamorarse de un sonido con Agnes Obel, de la que en El Corso ya hay post anterior. Su único disco, 'Philarmonics', es precisamente esa fusión entre la dimensión clásica formal, tanto en instrumentos como en organización vocal, el juego con la voz humana, con el ímpetu de la música que se hace hoy y no en los tiempos de Brahms. No nos atreveríamos a llamarlo pop mezclado con clasicismo, porque el esquema de las canciones no es precisamente el mismo, pero ya que gustan tanto las etiquetas merece la pena ponérsela, porque a muchos poperos les encantará esta mujer del norte que canta en inglés (nada fuera de lo común) pero que está a años luz en cuanto a complejidad profesional y musical de Russian Red, por poner un ejemplo. Sin los mohínes malasañeros ni nada que ver con esa burbuja indie, más bien superándola. Una delicia, para paladares selectos dispuestos a darle a la música una oportunidad y amarla, no tenerla de fondo como si fuera una compañía más contra el silencio.
sábado, 17 de septiembre de 2011
Y descubrimos a Agnes Obel
Suele ser poco frecuente darse de bruces con un sonido que puede reflejar a la perfección una parte del espíritu de alguien. Cuando llega ese instante en el que cada canción es casi perfecta para unos oídos y para otros sólo es un ruido bien acompasado. Acostumbrados como estamos por aquí a ser minoría, y a que lo que nos hace gracia es poco menos que de fuera, del otro lado, o algo sólo para nosotros, redescubrimos la capacidad para enamorarse de un sonido con Agnes Obel, de la que en El Corso ya hay post anterior. Su único disco, 'Philarmonics', es precisamente esa fusión entre la dimensión clásica formal, tanto en instrumentos como en organización vocal, el juego con la voz humana, con el ímpetu de la música que se hace hoy y no en los tiempos de Brahms. No nos atreveríamos a llamarlo pop mezclado con clasicismo, porque el esquema de las canciones no es precisamente el mismo, pero ya que gustan tanto las etiquetas merece la pena ponérsela, porque a muchos poperos les encantará esta mujer del norte que canta en inglés (nada fuera de lo común) pero que está a años luz en cuanto a complejidad profesional y musical de Russian Red, por poner un ejemplo. Sin los mohínes malasañeros ni nada que ver con esa burbuja indie, más bien superándola. Una delicia, para paladares selectos dispuestos a darle a la música una oportunidad y amarla, no tenerla de fondo como si fuera una compañía más contra el silencio.
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