martes, 19 de julio de 2011

Dispara a la manzana


Steve Jobs ha condicionado parte de nuestra cultura, al menos lo suficiente como para que la tecnología se haya convertido en un status derivado del intelecto: si usas Apple es que, socialmente, pareces inteligente. Si no, eres uno más. Lo cierto es que no es tanto así. Queda muy atrás, casi como un reducto de lo pintoresco, al viejo estilo de los artesanos que en su día fueron miembros ilustres de los gremios medievales y que ahora son una atracción turística. A un periodista un día, entrevistando a José Hierro, lo que más le llamó la atención fue que escribiera con papel y pluma: todo lo demás no parecía tener importancia.

Vivimos en un tiempo en el que la tecnología marca una diferencia tan abismal que ya es casi imposible volver atrás. Y sin embargo, en cualquier momento podemos regresar a la Edad Media en un pestañeo sencillo. Basta que nos quedemos sin energía eléctrica para que toda nuestra e-civilización se vaya al infierno y con ella la diferencia de clase que es usar un Apple o un PC. Para el caso es lo mismo, es la nueva cadena, una fase en la cual no somos nada sin los gadgets adecuados, y que en la empresa Apple es una trampa.

Qué genial es Steve Jobs, especialmente para engancharnos y que no paremos de gastar en él: si te compras un iPod te vende al margen soportes, fundas, accesorios para radio, para el coche, para correr con él... el elemento en sí no es barato, pero lo tiene todo. El verdadero fortunón lo hace Apple con los accesorios y con las aplicaciones para la tecnología que vende. Es un efecto perverso de adicción sin freno y que hace que muchos compren iPhone, iPad, MacBook y el mítico Mac, además de todo tipo de aplicaciones secundarias. Así que, ya que vamos a ponernos el yugo, cuando menos que le cueste a Jobs, así que, de vez en cuando, regocijaos si le falla algo a la manzana mordida, que lo hace. Es lo que nos queda, disparar a la manzana para verla sangrar, si podemos.

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